El humilde aborigen de la escultura.



La historia de Pedro Yoan Batista Fuentes es la mezcla del dolor y el amor, la grandeza espiritual, la fe profunda, la esencia de la vida y el cambio de lo sombrío a  lo extraordinario.

Hasta los 24 años anduvo a la deriva y arrancó lágrimas a quienes más lo querían. Pero ese joven campesino llegó un día a la feria, cargado de viandas y granos y encontró las artesanías que ofertaban vendedores ambulantes. Ese fue el principio de todo.

La primera figura que talló en un pedazo de madera cabía en sus manos. Lo  intentó  varias veces hasta descubrir el significado de cada corte, como  un aliento para hacerlo crecer.

Las orquídeas  de madera le abrieron el camino al mudo del arte. Cada una contribuyó al descubrimiento de una nueva herramienta. Sin darse cuenta dejaba detrás la tiza, el lápiz, la cuchilla y la chaveta de zapatero con que comenzó a trabajar.

Jamás imaginó poder materializar con sus manos de campesino las figuras que a diario descubre en su pensamiento, pues halló  la intención sin poseer conocimientos del trabajo artesanal.

Un año después de adentrarse por esos senderos, un comerciante  le anunció a su mamá – “Cuiden a ese hombre, que es un artista”.

Sin planearlo comenzó a nutrirse de conocimientos, a ver su entorno de un modo diferente y a asumir la vida desde otra arista.

Yoan confiesa que no  crea por crear. En sus esculturas refleja sentimientos como el amor, la maternidad y la paternidad. Trata de llegar al corazón de las personas, siempre enseñando algo nuevo que incite al optimismo por la vida.

Experimenta el surrealismo, pero prefiere lo abstracto porque puede engendrar las musarañas que aparecen en su cabeza. Ese estilo le permite diseñar una obra que mantiene siempre su novedad.

Se exige cada día en el taller un esfuerzo adicional para mostrar a las personas lo que está delante de sus ojos y no son capaces de ver. Trabaja la piedra, la madera y el metal, con el mismo desenfado y sin temor. Aprende en la práctica lo que no recibió en escuela alguna.

Y eso ocurre cada día en su casita de la Curva de Pestones, en el municipio de Caimito, un lugar que no se compara con nada. Yoan afirma tener allí,  todo lo que necesita para respirar a plenitud, su familia, sus amigos, su sembrado y su taller.

Hasta su puerta llegan niños, jóvenes y  campesinos del lugar. Es en ese espacio donde surge “Todas las manos, todas”, un proyecto para enseñar a los demás lo que aprende a  diario. Entonces el artista deviene maestro.

Trata de encontrar lo hermoso, en lo feo y busca la esencia de cada objeto para llevar  un aliento de  ilusión a quien aprecie su trabajo. Para quien surge de la nada es una sorpresa encontrar admiradores por doquier, incluso fuera de nuestro país en lugares como Francia o Alemania.

La historia de Pedro Yoan está marcada por su encuentro inesperado con el arte. Cuando comienza a  explorar la destreza de sus manos para crear, se convierte en el “humilde aborigen de la escultura”.

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